martes, 21 de junio de 2011

Apocalipsis (Jesús Torres)

Día 18 de junio, el Auditorio Nacional de Música de Madrid celebra el evento ¡Sólo Música¡, 12 horas de música ininterrumpida en directo, dividida en 40 conciertos a lo largo y ancho de su recinto, incluyendo sus dos salas, el foyer, salones, y las dos plazas que la circundan.
El programa incluye obras sinfónicas, corales, de cámara de todas las épocas flamenco y jazz desde las 12 del mediodía a medianoche. La gente responde, hay amplias colas para todos los eventos y eligo lo que quiero ver y escuchar. Empiezo con la 9º de Beethoven, sigo con “la muerte y la doncella” de Schubert, un par de conciertos de Vivaldi y una pésima ejecución de arias de Bach en el Salón de Tapices, voy a la Sala de cámara a escuchar jazz vocal, y a eso de las once de la noche, aunque ya fatigado, me paso por la sala sinfónica a escuchar una obra que ví anunciada en la programación del pasado Festival de música religiosa de Cuenca, “Apocalipsis”, de Jesús Torres. Como digo, estoy fatigado tras varias horas de escucha, pero como la obra me interesa y no hay muchas oportunidades para poder escucharla en directo, me siento en una butaca.
Fue para mí, lo mejor del día. La obra es maravillosa, subyugante desde el primer momento. Dos grupos vocales, uno polifónico y otro, siete que cantan gregoriano (¿las siete comunidades a las que se dirigió San Juan?) (no sé si textos originales o recreaciones del compositor), amplio conjunto de percusión incluidos dos sets en anfiteatros laterales y pianos, dos grupos de viento metal en las alturas (¿las siete trompetas y siete sellos?), y un oboe o corno inglés (¿el cordero místico, el Evangelista?) (no recuerdo exactamente) por detrás del público y en altura, y director. También participa la ampliación electrónica, creando todo un conjunto que envuelve al oyente.
Torres distribuye los conjuntos de instrumentistas presentándolos por niveles, de igual manera que la historia del arte ha representado el texto de Juan Evangelista, en tres niveles (superior los conjuntos de viento metal y el oboe o corno, medio los percusionistas laterales y los siete “solistas vocales”, y en un nivel inferior el resto de voces, el ensemble y el director). También lo hace en forma de tríptico, izquierda y derecha y centro. La obra es presentada, por tanto, en varios niveles espaciales, de igual manera que los pintores de todas las épocas nos han retratado los textos del Apocalipsis de Juan, jugando con el espacio de forma horizontal y vertical.
La música de Torres y el tratamiento vocal es luminoso, brillante y optimista, lejos de otros acercamientos a un texto a veces proclive a la oscuridad y lo terrorífico (tal y como nos la presenta brillantemente Raphael Cendo en su “Introductión aux tenebres”.
La interpretación de Nacho de Paz fue vigorosa, con gran nervio rítmico, sacando todo el jugo al Ensemble Residencias, al Coro Accentus y a la Schola Antiqua.
Los bravos con los que gran parte del público jaleamos a los intérpretes y compositor tras el encendido de las luces fueron más que justos. No estoy capacitado para sentenciar si estamos ante una obra maestra o no, pero si una obra de arte lo es cuando llega directamente al corazón, en este caso ésta lo ha hecho con creces.
Salí con el espíritu elevado, eufórico,listo para acabar la velada con Haendel y fuegos artificiales, en una jornada que había merecido la pena, sin duda.